Cuéntame tu historia XII - La coleccionista de muñecas

¡Cuánto tiempo, soñadores!

Como ahora hacemos una vez al mes estas entradas y hemos tenido la Semana Santa de por medio, no os he podido traer otra de nuestras historias, pero creo que en esta ocasión os presentaré un tema que os será divertido, cuanto menos. El reto que os traigo consiste en escribir una historia cuyo personaje principal sea un malvado/a inventado (no vale coger uno que ya exista en cuentos, películas, etc.). Podéis ponerle las características que queráis, decidir si vais a contar un momento de su pasado o de su presente, o incluso de su futuro, un discurso típico de malvado, un enfrentamiento con otro personaje... Lo que tiene que quedar claro es que vuestro protagonista es malvado en algún punto de su historia. 

Para hacer esta entrada me he inspirado en dos cosas: la primera de ellas, y como forma de promocionar a mi amiga y escritora novel, Marta Conejo, es una entrada-sorteo-iniciativa que ha publicado para una nueva novela. Consiste en inventarse un personaje malvado con destrezas especiales. Si queréis saber más o incluso participar y que vuestro personaje tenga la posibilidad de aparecer en el libro, os recomiendo que leáis bien su entrada (cuyo link tenéis en este mismo párrafo).

La segunda cosa que me ha inspirado tiene relación con la primera. Por si no lo habéis visto, aquí os dejo un vídeo que hay en Youtube sobre algunas malvadas de Disney. A mí me encanta esta serie de vídeos, es muy entretenido la forma que tienen de desmontar los cuentos mediante canciones.

Y ahora yo os traigo mi propia historia con personaje malvado incluido.

La coleccionista de muñecas

Dalilah observaba con atención que todas las muñecas reposasen exactamente en los lugares de la estantería que cada una de ellas tenía que ocupar. Como si de un desfile se tratara, cada una debía quedarse en una posición especial, con un traje determinado y perfectamente arreglado, con todos los botoncitos abrochados, las puntillas bien planchadas, el pelo desenredado... Su joven dueña las cuidaba con todo el mimo posible. No es que sintiera cariño alguno por sus muñecas, pero no quería que se rompieran, pues ahora eran algo así como sus "amigas".

Cada día, al regresar de las lecciones, Dalilah prestaba especial atención a cualquier pequeño detalle que le indicase que sus muñecas no se habían comportado debidamente. Si encontraba algún rastro de posibles travesuras, hacía un juicio totalmente justo en el cual tenía que salir la culpable, o impondría un castigo para todas ella. A veces, el castigo consistía en dejarlas desnudas un día entero delante del resto de muñecas, en otras ocasiones, les vendaba los ojos para privarles de la vida tan disipada que tenían. Pero, sin duda, el peor de los castigos era encerrarlas en la caja de zapatos un día entero: ahí no podían ni ver, ni oír, ni tocar; estaban totalmente aisladas del mundo que conocían.

Esto podría parecer un tanto banal, pues las muñecas de Dalilah no dejaban de tener la apariencia de cualquier muñeca de porcelana que se precie. La diferencia estriba en que las muñecas de Dalilah no fueron siempre muñecas. Hubo una vez en que todas y cada una de las quince muñecas que Dalilah poseía, fueron humanas. Eran niñas de todas las edades, a las que Dalilah fue conociendo a lo largo de los traslados a que se veía obligada por el trabajo de su padre. A decir verdad, estas muñecas eran niñas que quisieron encontrarse con Dalilah, pero de la manera equivocada.

En cada nuevo "hogar", Dalilah tenía que soportar las burlas de alguna de las niñas ricas con las que asistía a clase. Solía ser la líder de ellas quien se fijaba en su pelo anaranjado y sus ojos negros, burlándose y llamándola bruja, diciendo cosas desagradables de su familia, incluso actuando con violencia hacia ella. Y Dalilah, aunque no decía nada, simplemente miraba con sus profundos y oscuros ojos, al llegar a casa cogía su libro de magia, un regalo de su abuela, y comenzaba a realizar diversas prácticas de hechicería para que, poco a poco, la niña en cuestión acabase bajo sus redes, y se convirtiese en una muñeca, a quien enseñaría modales por el resto de sus días.

No obstante, Dalilah no cuidaba a las muñecas con tanto esmero solamente por el hecho de darles una lección a esas niñas resabidas, sino que había aprendido que los demás no se merecen el trato que le dan a uno. Y lo aprendió a base de errores. Dalilah, con frecuencia, miraba la primera de sus adquisiciones, una muñeca hecha pedazos, que había intentado reconstruir, pero a la que le faltaban algunos de sus rubios rizos, un ojo, y trozos de su cuerpo. Fue la primera niña a la que consiguió convertir con sus conjuros, y lo hizo solamente con la intención de asustarla y darle una lección momentánea, pues ella esperaba volverla a convertir en humana una vez le hubiera dado el escarmiento merecido.

El problema apareció cuando, llena de rabia, Dalilah tiró la muñeca contra el suelo en vez de contra la cama, y ésta se hizo pedazos. Asustada por lo que había hecho, reconstruyó como pudo la muñeca, pero nunca pudo encontrar todas las piezas, que se habían esparcido por el suelo y colado por los agujeros de los desgastados tablones de madera de su habitación. Desde ese momento, Dalilah decidió que no la devolvería a su forma y que cuidaría de ella el resto de su vida.

Y así, empezó a coleccionar muñecas. Cuando quiso devolver a su forma original a alguna de ellas, se encontró con que no podía... O no quería, no estaba muy segura, pues las muñecas, al fin y al cabo, habían sido sus únicas compañeras, la escuchaban y obedecían la mayor parte del tiempo, aunque no podían hablar, y apenas moverse, debido al encantamiento, y nunca la habían abandonado.

De esta manera, Dalilah se convirtió en una coleccionista de muñecas durante toda su vida, llegando a tener una colección tan amplia y numerosa que envidiaría cualquier persona apasionada por las muñecas de porcelana.

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Y hasta aquí mi relato. Es un poco extraño el personaje malvado que he puesto, pues uno no sabría decir hasta qué punto es malvado, ¿verdad? ¡Espero vuestras historias!

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Trocitos de nuestra historia

Sara: Las sombras de Notre Dame.

M.A. Álvarez: Más poder