Autora: Sandra Andrés
Editorial: Destino
Año de publicación: 2019
Páginas: 324
Últimamente no paro de subir retellings al blog, pero es que se ha dado la casualidad de que se me han juntado varios y he decidido leerlos casi todos seguidos. En esta ocasión, se trata de un retelling de El fantasma de la ópera. He de confesar que, aunque conocía esta historia, como todo el mundo, la verdad es que no vi la película hasta el año pasado, la del 2004 con el guapísimo Gerarld Butler como Erik (deshonra sobre mi vaca). Y, como a todo el mundo que la ha visto, me fascinó. Así que cuando me enteré de que habían sacado un retelling, quise volver a revivir mi amor por Erik.
En este retelling nos encontramos con una historia que sucede en la actualidad. Desde la muerte de sus padres, Christine no levanta cabeza. Ellos eran los que protegían su inocencia y le animaban en todo. Estaban muy involucrados en su formación como bailarina y cantante y no cesaban en su empeño de que sus alas crecieran. Sin embargo, cuando fallecieron su mundo se derrumbó. Sus tíos le dijeron que no valía para nada, que su amor por la música era solo una fantasía y un sueño estúpido, que debía crecer y olvidarse de todas esas ensoñaciones. La única que la apoyó, y con quien vive, fue su abuela. Después de eso, su autoestima quedó destrozada. Siguió estudiando en la Schola de artes escénicas pero ya no puede brillar como antes. Su técnica es perfecta, pero ya no hay en ella ni pizca de sentimiento. Sobre todo cuando su compañera de clase, Charlotte, la chantajea constantemente para que no destaque y poder llevarse ella todo el mérito, como hija del director que es.
Así pues, Christine se halla en un constante desamparo. Ya no cree en lo que hace, no tiene unos padres que la apoyen y la animen a seguir hacia delante y su pasión, la música, ha dejado paso a la tristeza. Su único respiro son las incursiones que hace de vez en cuando con su grupo de cataphiles a las catacumbas parisinas. Ese submundo, vacío y misterioso, es lo que hace que sus miedos y preocupaciones desaparezcan. Es su segundo hogar.
Erik es un fantasma que vive encerrado en las catacumbas. La oscuridad es su elemento y esos túneles son su refugio. Hace años que no sale de allí. No lo necesita. Es un monstruo que se alimenta de aquellas paredes. Sin embargo, cuando la preciosa voz de Christine irrumpe en su soledad, no puede seguir fingiendo que todo sigue igual, que nada ha cambiado. Solo él es capaz de escuchar el dolor y la desesperación que transmite su voz cuando canta. Solo él, otro apasionado de la música, es capaz de entender lo que está expresando con ese canto aparentemente inocente. Christine desea aferrarse a un pasado en el que fue feliz. Un pasado en el que, según sus padres, existía un ángel de la música que velaría por ella y que la cuidaría. Y Erik está dispuesto a dejar de ser un fantasma para convertirse en el protector que ella necesita.
La modernización que ha hecho la autora de este clásico no desentona, pues los elementos principales y que hacían brillar El fantasma de la ópera, siguen ahí. Christine sigue siendo aquella joven dulce que se dejaba guiar por su ángel protector. Sin embargo, aquí es una adolescente que sufre de problemas reales que ocurren hoy en día entre los chicos jóvenes. La baja autoestima, el creerte inferior o no válido en lo que haces es, por desgracia, algo que está a la orden del día. De esta forma, es muy fácil congeniar con ella y comprender sus sentimientos. Aun así, he de puntualizar que, aunque al principio sentía mucha empatía con ella, había ciertos momentos en los que su negatividad y su victimismo me desesperaban. Pero bueno, aun así se podría decir que es comprensible.
En una de sus incursiones a las catacumbas, Christine conocerá a Raoul, el otro personaje fundamental de esta historia. He de decir que este Raoul me ha parecido insoportable. Se trata de un niño bien procedente de una familia adinerada porque su padre es un productor musical famoso. Esto le convierte en un muchacho más repelente que el personaje original y que es difícil que te caiga bien. En el desarrollo de personajes, se nota bastante cuál es la elección de la autora entre Erik y Raoul y eso afecta a cómo estos han sido caracterizados. Por lo tanto, como lector es complicado congeniar con Raoul y verlo como una opción viable para Christine.
Por otro lado, Erik me ha gustado mucho. Era, sin duda, mi personaje favorito, por lo que tenía un poco de miedo acerca de cómo lo habría actualizado la autora. No obstante, creo que ha dado en el clavo a la hora de reconstruirle. Sandra Andrés ha sabido darle un nuevo background y una historia de por qué es como es y sobre qué bases se ha construido su vida, lo que le da mayor profundidad y ayuda a lector a entender por qué Erik es como es y las decisiones que le han llevado a su posición actual. Eso no significa que todo su comportamiento sea justificable, ojo, pues tiene algunas actitudes posesivas y bastante cuestionables respecto a Christine. En este sentido, me recuerda un poco a Edward Cullen. Tomaba ciertas decisiones cuestionables, pero que podías llegar a entender debido a las circunstancias en las que se encontraba. Quizá ha sido en este aspecto donde menos he congeniado con el fantasma. Por otro lado, lo que más me ha impresionado ha sido, sin lugar a dudas, la sensualidad de Erik. Esto es algo que la autora ha sabido explorar y explotar a la perfección. Cuando vi la película del 2004, Erik me resultaba tremendamente erótico y seductor, pero sentía que se me quedaba corto, que quería más de esa parte. Y esto es algo en lo que la autora ha hecho mucho hincapié, en su lado más misterioso y sexy, saciando esas ganas que tenía de verle como el adulto seductor que hay detrás de esa máscara. Este ha sido, sin duda, mi punto favorito de toda la historia y el que más he disfrutado. Al final, Erik y Christine son los que experimentan un mayor desarrollo y los que más evolucionan, cambiando ciertas perspectivas o visiones que tenían al principio por otras más maduras.
En cuanto a la trama, es casi la misma que en la historia original, tan solo cambian ligeramente los escenarios, el añadido de los cataphiles y sus visitas a las catacumbas y el nuevo transfondo para el fantasma. El final también es distinto, aunque no os revelaré nada para que sea sorpresa. La pluma de la autora me ha gustado mucho, es muy bonita y lírica en ciertos puntos. Aunque también es cierto que, en ocasiones, se me ha hecho un poco recargada y cargante.
¿Debería leerlo?
Es un retelling que actualiza muy bien este clásico del cine, la literatura y los musicales, sin perder la esencia ni la magia que lo caracteriza y que nos atrapó desde el principio. Si os gusta El fantasma de la ópera y queréis seguir leyendo sobre su historia, Deja cantar a la muerte es muy buena opción.
En este retelling nos encontramos con una historia que sucede en la actualidad. Desde la muerte de sus padres, Christine no levanta cabeza. Ellos eran los que protegían su inocencia y le animaban en todo. Estaban muy involucrados en su formación como bailarina y cantante y no cesaban en su empeño de que sus alas crecieran. Sin embargo, cuando fallecieron su mundo se derrumbó. Sus tíos le dijeron que no valía para nada, que su amor por la música era solo una fantasía y un sueño estúpido, que debía crecer y olvidarse de todas esas ensoñaciones. La única que la apoyó, y con quien vive, fue su abuela. Después de eso, su autoestima quedó destrozada. Siguió estudiando en la Schola de artes escénicas pero ya no puede brillar como antes. Su técnica es perfecta, pero ya no hay en ella ni pizca de sentimiento. Sobre todo cuando su compañera de clase, Charlotte, la chantajea constantemente para que no destaque y poder llevarse ella todo el mérito, como hija del director que es.
Así pues, Christine se halla en un constante desamparo. Ya no cree en lo que hace, no tiene unos padres que la apoyen y la animen a seguir hacia delante y su pasión, la música, ha dejado paso a la tristeza. Su único respiro son las incursiones que hace de vez en cuando con su grupo de cataphiles a las catacumbas parisinas. Ese submundo, vacío y misterioso, es lo que hace que sus miedos y preocupaciones desaparezcan. Es su segundo hogar.
Erik es un fantasma que vive encerrado en las catacumbas. La oscuridad es su elemento y esos túneles son su refugio. Hace años que no sale de allí. No lo necesita. Es un monstruo que se alimenta de aquellas paredes. Sin embargo, cuando la preciosa voz de Christine irrumpe en su soledad, no puede seguir fingiendo que todo sigue igual, que nada ha cambiado. Solo él es capaz de escuchar el dolor y la desesperación que transmite su voz cuando canta. Solo él, otro apasionado de la música, es capaz de entender lo que está expresando con ese canto aparentemente inocente. Christine desea aferrarse a un pasado en el que fue feliz. Un pasado en el que, según sus padres, existía un ángel de la música que velaría por ella y que la cuidaría. Y Erik está dispuesto a dejar de ser un fantasma para convertirse en el protector que ella necesita.
La modernización que ha hecho la autora de este clásico no desentona, pues los elementos principales y que hacían brillar El fantasma de la ópera, siguen ahí. Christine sigue siendo aquella joven dulce que se dejaba guiar por su ángel protector. Sin embargo, aquí es una adolescente que sufre de problemas reales que ocurren hoy en día entre los chicos jóvenes. La baja autoestima, el creerte inferior o no válido en lo que haces es, por desgracia, algo que está a la orden del día. De esta forma, es muy fácil congeniar con ella y comprender sus sentimientos. Aun así, he de puntualizar que, aunque al principio sentía mucha empatía con ella, había ciertos momentos en los que su negatividad y su victimismo me desesperaban. Pero bueno, aun así se podría decir que es comprensible.
En una de sus incursiones a las catacumbas, Christine conocerá a Raoul, el otro personaje fundamental de esta historia. He de decir que este Raoul me ha parecido insoportable. Se trata de un niño bien procedente de una familia adinerada porque su padre es un productor musical famoso. Esto le convierte en un muchacho más repelente que el personaje original y que es difícil que te caiga bien. En el desarrollo de personajes, se nota bastante cuál es la elección de la autora entre Erik y Raoul y eso afecta a cómo estos han sido caracterizados. Por lo tanto, como lector es complicado congeniar con Raoul y verlo como una opción viable para Christine.
Por otro lado, Erik me ha gustado mucho. Era, sin duda, mi personaje favorito, por lo que tenía un poco de miedo acerca de cómo lo habría actualizado la autora. No obstante, creo que ha dado en el clavo a la hora de reconstruirle. Sandra Andrés ha sabido darle un nuevo background y una historia de por qué es como es y sobre qué bases se ha construido su vida, lo que le da mayor profundidad y ayuda a lector a entender por qué Erik es como es y las decisiones que le han llevado a su posición actual. Eso no significa que todo su comportamiento sea justificable, ojo, pues tiene algunas actitudes posesivas y bastante cuestionables respecto a Christine. En este sentido, me recuerda un poco a Edward Cullen. Tomaba ciertas decisiones cuestionables, pero que podías llegar a entender debido a las circunstancias en las que se encontraba. Quizá ha sido en este aspecto donde menos he congeniado con el fantasma. Por otro lado, lo que más me ha impresionado ha sido, sin lugar a dudas, la sensualidad de Erik. Esto es algo que la autora ha sabido explorar y explotar a la perfección. Cuando vi la película del 2004, Erik me resultaba tremendamente erótico y seductor, pero sentía que se me quedaba corto, que quería más de esa parte. Y esto es algo en lo que la autora ha hecho mucho hincapié, en su lado más misterioso y sexy, saciando esas ganas que tenía de verle como el adulto seductor que hay detrás de esa máscara. Este ha sido, sin duda, mi punto favorito de toda la historia y el que más he disfrutado. Al final, Erik y Christine son los que experimentan un mayor desarrollo y los que más evolucionan, cambiando ciertas perspectivas o visiones que tenían al principio por otras más maduras.
En cuanto a la trama, es casi la misma que en la historia original, tan solo cambian ligeramente los escenarios, el añadido de los cataphiles y sus visitas a las catacumbas y el nuevo transfondo para el fantasma. El final también es distinto, aunque no os revelaré nada para que sea sorpresa. La pluma de la autora me ha gustado mucho, es muy bonita y lírica en ciertos puntos. Aunque también es cierto que, en ocasiones, se me ha hecho un poco recargada y cargante.
¿Debería leerlo?
Es un retelling que actualiza muy bien este clásico del cine, la literatura y los musicales, sin perder la esencia ni la magia que lo caracteriza y que nos atrapó desde el principio. Si os gusta El fantasma de la ópera y queréis seguir leyendo sobre su historia, Deja cantar a la muerte es muy buena opción.
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